Con la lata de cerveza en alto coreaba al personaje que, sobre el escenario, cantaba aquel tema del otro lado del "charco" que invitaba a la risa y a la añoranza por igual y que siempre sonaba mejor cuanto más alto era el nivel de alcoholemia del público y el intérprete.
En la distancia veía como ella apuraba el contenido del recipiente y desaparecía entre la multitud, posiblemente al dejar la lata vacía en el suelo, para reaparecer recogiendo su pelo con ambas manos.
Me gustaba su imagen, su cuerpo bailando con movimientos que me recordaban a una serpiente, aquella inhibición resultado de la música, el calor, el alcohol. Era preciosa y no era el único que lo pensaba.
A un metro escaso de ella un hombre con barba le lanzaba miradas cada vez menos furtivas y más descaradas que no obtendrían fruto alguno.
Tras una sonrisa de satisfacción me acerqué y posé mis manos en sus caderas acompañando su "va y ven" mientras se giraba y su cara se iluminaba justo antes de estampar un beso largo y cálido en mis labios.