miércoles, 31 de marzo de 2010

De cómo poner un punto y final



Veo como se mueven tus labios pero lo que dices me suena a chino, me resulta tan incomprensible como el sonido del mar aunque menos relajante, de hecho está empezando a ponerme nerviosa, y más que eso, comienza a molestarme de verdad.
No se como funciona tu cabeza pero no veo un atisbo de luz, ni una cerilla encendida, ni un ascua, solo caos y confusión.
Decido detener tu soliloquio
-¿Me estás diciendo que no quieres nada conmigo?
- Bueno, sí y no
- ¿Sí y no?
- Quiero decir...
- Déjalo. Eres la incoherencia personificada cariño y tengo cosas mejores que hacer que hacer de terapeuta.

martes, 30 de marzo de 2010

Control+ z

Tendida en el sofá con las piernas colgando mira fíjamente la pantalla de su móvil. Algunas veces un grupo de letras hieren más que un balazo y si lo que forman es EL nombre, la herida produce además un desgarro que a priori parece irreparable.
Mientras observa aquel nombre duda si borrarlo o no. Por un lado el número de teléfono tras las letras ya lo tiene en su cabeza igual que el rostro de la persona en cuestión y ciertos momentos a los que se niega a renunciar.
Por otra parte tal vez fuera menos doloroso buscar en la lista de contactos si no encontrara siempre su nombre.
Pero eliminarlo de aquel aparato haría más real la pérdida.
Por suerte para ella los accidentes a veces son positivos y está a punto de suceder uno.
Cierra los ojos y deja el móvil sobre la mesa mientras se le escapa un suspiro. El teléfono vacila al borde del mueble y cae sobre los zapatos que minutos antes habían sido olvidados.
Sobresaltada se incorpora y recoge el teléfono, pero al mirar la pantalla comprueba que aquellas letras ya no están.

jueves, 18 de marzo de 2010

Olvido



Cuando la llama de una vela se extingue queda el olor a cera adherido a cada una
de las partículas del aire que una vez estuvieron iluminadas.
A veces, este aroma es incluso más hermoso que la fulgurante luz, porque después
de todo, es lo único que realmente queda.
Algo parecido sucede con las personas.
Una vez desaparece su luz, de ellos queda un gesto, una imagen o una frase en la
memoria de aquellos que se deslizaron por sus vidas.
Yo, hoy me concentro en el perfume de las flores, tal vez en un tiempo no recuerde
su color, ni si eran lirios, rosas o siemprevivas, pero recordaré su aroma. Para ello con los
ojos cerrados intento ser consciente de todas aquellas sensaciones que recoge mi
cuerpo. Lo hago tal vez para obviar la extinción de su vela, para quedarme tan sólo con el
olor a cera sin sufrir la pérdida.
Y busco ese instante que me niego a perder, ese momento que se evoca con un “te
acuerdas cuando...”. Así, como se empiezan las conversaciones más largas y cargadas
de emociones, las que intentan recomponer tu vida, que a fin de cuentas se forma de
pequeños recuerdos que salvamos entre todos los que desterramos por salud mental,
esas conversaciones alrededor de una mesa con cervezas, cafés, infusiones, zumos o lo
que sea que utilicemos como excusa para estar con aquellas personas que compartieron
un tiempo indultado en nuestro camino. así buscaba yo una imagen en mi memoria que
expulsara al frío mármol con letras doradas que hoy representaba a un ser querido, pero
que me negaba a guardar como su último recuerdo, como su olor a cera.
Recordé una tarde de septiembre en la que el látigo del levante había dado tregua
al castigado Mediterráneo. Aquella tarde el Sol moría, como cada día, por poniente y, en
su último aliento, acariciaba nuestras espaldas con sus lágrimas de luz rojiza.
Sentada frente al mar lanzaba con curiosidad gatuna miradas a su pelo que, como
dijo Gardel, había sido plateado por las nieves del tiempo. Su rostro erosionado por la
experiencia transmitía la tranquilidad de una vida que, como la del astro, se apagaba sin
ruido.
Me gustaba observarla y, aunque sabía que rara vez se percataba de mi presencia,
procuraba pasar inadvertida para su mirada, una mirada exiliada, ausente, perdida; como
sus recuerdos. Sentía que a pesar de estar tan físicamente cerca se encontraba a miles
de kilómetros y años de distancia, desubicada en un mundo que no reconocía suyo.
Disfrutaba mirándola, acariciándole su pelo de color blanco y espeso, sus suaves manos
de anciana, guiando sus pasos y compartiendo con ella algunos atardeceres.
Llevaba escrita en la piel su vida, una vida desterrada de su mente por un intruso
con nombre difícil de deletrear: alzheimer. Me llamaba la atención verla frente al perpetuo
mar siendo su memoria caduca, pero he aprendido que la vida está plagada de paradojas.
Jugando con su pelo la suave brisa entretejía sus cabellos y acariciaba su rostro
junto con mi mirada. Por alguna razón, estar junto a ella, frente al mar me hacía sentirme
cómoda en mi piel, tranquila y reposada en mi persona, sin dudas ni miedos, tan solo con
un presente acuático y salino.
Su mirada cada vez más ausente y ajena a lo que sucedía a su alrededor refulgió
entonces viva e intensa, como la de quien rememora un agradable recuerdo. Y mi
atención se fijó en esa pequeña pero poderosa chispa que empezaba a transformar su
cara hasta convertirla en la felicidad resplandeciente de un niño la mañana de reyes.
- ¿Es tu primer novio?
Aquella pregunta me rompió el silencio que sostenía mi viaje visual por su persona
y me sobresaltó.
- ¿Cómo dices abuela?
- Que si es tu primer novio
Ciertamente no era la pregunta que esperaba de una mujer anciana con alzheimer
avanzado, en realidad no esperaba ninguna pregunta en absoluto, pero decidí contestar
ante la insistencia de sus ojos.
- No abuela, no lo es
Una silenciosa sonrisa se instaló en sus labios y dio paso a un suspiro profundo y
sentido.
- Este tampoco es el mío - me susurró al oído como se susurran los secretos más
queridos - ¡qué guapo era Rodrigo!
¿Rodrigo?. Aquél nombre ajeno a mi familia se coló como un intruso en mis oídos
para convertirse en trueno y el trueno en tormenta y la tormenta en huracán y el huracán
tan sólo ululaba siete letras: R-O-D-R-I-G-O.
- Abuela... - dudé un segundo, dos, tres, hasta que ella volvió a mirarme con
aquella luz en sus ojos marinos - ¿de quién me hablas?
- De mi primer novio, niña. ¡Qué esbelto en su caballo por la mañana!
Mi mandíbula inferior había perdido por completo toda la sujeción que pudiera
haber poseído alguna vez y se abría dejando ver mi lengua lívida y estática.
No sé cuánto tiempo permanecí parada, con los ojos abiertos e incrédulos
observando a aquella mujer y a su sonrisa frente al Mediterráneo, pero sí recuerdo que mi
cabeza se convirtió en un cajón desastre que intentaba localizar a aquél tal Rodrigo y
sacarlo de la sorpresa para convertirlo en anécdota o en comentario racional.
Al principio incluso dudé que ella supiera de quién estaba hablando, pero en el tono
que empleó había música de madrugadas a caballo, esperas de un corazón joven tras un
viejo postigo y, quién sabe, probablemente primeros besos y caricias.
Sentí entonces algo de envidia hacia aquél caballero desconocido que se resistía a
abandonar su memoria, la memoria de mi abuela, mía ahora y siempre desde que
empezó la andadura de mi vida. Sentí la rabia que crece dentro de un infante al que se le
niega una chuchería, pero estalló todo en un suspiro con forma de palabras.
- Así que Rodrigo... - dije en voz alta sin pensar.
- Fue bonito, mi niña, tan bonito... - en sus ojos una sombra y en la sombra su
enfermedad velaron al pobre Rodrigo y yo pasé de los celos a la culpa y de esta a
la curiosidad.
Hoy, con mis ojos cerrados todavía, asisto a su despedida, pero me niego a dejar
marchar su pelo cano y sus ojos chispeantes, no quiero perder su media sonrisa ni su
mueca de desconcierto.
Siento una mano en mi hombro que me invita a avanzar y abro los ojos.
El astro rey se pone, como cada día por poniente, pero hoy no acariciaba mi
espalda, hoy hiere mis ojos con su despedida colorada. Permanezco frente al atardecer
mientras aparto de mí esa mano y la invito a marcharse sin mí.
Mi cabeza ahora bulle como una olla Express y los deseos se agolpan en mis ojos
deseando borrar el rojo del cielo y volver al recuerdo de una tarde frente al mar de todos
los tiempos.
Pero tan sólo experimento la impotencia producida por la ausencia total de
movimiento y decisión.
Tal vez cuando siendo pequeña mi abuela imaginaba su boda con el almohadón en
la cabeza, tal vez cuando miraba a las estrellas, tal vez cuando soñaba despierta, no era
con esta vida, no era con nosotros, no era como resultó ser.
¿Y si hubiera vivido haciendo tan sólo las cosas que sentía? ¿y si no hubiera
aceptado los límites y juicios impuestos? ¿y si hubiera renegado de esa agria normalidad
de convenciones que nos atrapa y nos ahoga? Posiblemente todo sería distinto, pero no
lo es.
Yo estoy viva, decenas de personas han venido a despedir hoy su vida, una vida
que no escogió, pero que decidió disfrutar con los hijos que le fueron dados y más tarde
con los nietos.
Mientras mi cabeza sigue amasando pensamientos condicionales llenos de
preguntas, dolor, sorpresas y lágrimas, mi corazón se libera y se abre a ese atardecer que
se apaga frente a mi rostro.
Con la fuerza de los sentimientos, los que hasta hoy controlé dentro de unos límites
impuestos giro sobre mis talones ciento ochenta grados y le doy la espalda al sol
moribundo, a las frescas flores y a todas aquellas sombras humanas que guardan luto por
una vida que no fue como imaginó ser.
Mientras mis piernas se mueven entre los cipreses enhiestos en un rincón de mi
mente eclosiona una duda, una pregunta que se convierte casi en afirmación: ¿Y si
después de todo, la única defensa fuera el olvido?

miércoles, 17 de marzo de 2010

Hay algo en ella...



No es sólo una gran obra de urbanismo, ni rincones que te arrancan un suspiro. Tampoco tienen nada que ver todos aquellos monumentos y tiendecitas y restaurantes que sólo puedes encontrar aquí. Ni siquiera la historia que impregnó las piedras de sus edificios.
Son las experiencias que te encuentras a la vuelta de cada esquina, las sensaciones que te llueven aunque desaparezcan las nubes de su cielo, cada minuto que caminas y respiras en ella lo que te enamora de Barcelona

jueves, 11 de marzo de 2010

En el tren


Cada vez que montaba en un tren tenía la sensación de que era el mundo y no el vagón el que se movía. Y por más que observaba el paisaje al otro lado del cristal, se sentía estática.
El chico del asiento contiguo volvia a moverse y su ipod caía de nuevo irremediablemente. Aquel aparato tenía cierta fijación con el suelo, parecía que la gravedad le atraía de forma especial pues era la quinta vez que terminaba colgando de los auriculares.
Al otro lado del pasillo un niño de unos 5 años juguetea con el reposabrazos después de haberse pillado el dedo en ese juego unos momentos antes. A los dos minutos vuelve a berrear porque cometió de nuevo el error de acercar demasiado su minúsculo dedo a la juntura.
"Parece que el ser humano no sólo tropieza dos veces con la misma piedra, a veces se lanza de cabeza sobre ella" piensa mientras suspira e intenta alejar de su cabeza todo aquello que su corazón bombea.

lunes, 8 de marzo de 2010

viernes, 5 de marzo de 2010

Al abrir la puerta


Los zapatos tienen la extraña manía de jugar al escondite bajo mi cama. Agachada, casi tumbada en el suelo escudriño aquel rincón, con cualidades de agujero negro, intentando localizar el otro tacón. Una vez lo encuentro tras una de las cajas de ropa de verano estiro mi brazo y lo rozo con los dedos.
-¡Te tengo!- exclamo triunfal con él en la mano.
Suena el timbre de la entrada y me pregunto quien llama a mi puerta mientras me incorporo y sacudo mi vestido.
A la pata coja avanzo mientras cual trapecista calzo mi pie derecho.
Acerco mi ojo a la mirilla y me sobresalto al ver al otro lado otra pupila. Me retiro con una mueca de extrañeza, pero es un día especial, hoy cumplo 30 años, cambio de decena y me siento preciosa e indestructible.
Estiro la falda del vestido, retoco los tirantes y el escote y tomo fuerza con un suspiro mientras abro la puerta
-¿Pero...?
Al otro lado de la puerta encuentro su sonrisa satisfecha enmarcada por decenas de globos de colores llenos de helio.
- Schhh- por toda respuesta este sonido y su dedo cerrando mis labios y mi boca sorprendida.
Se aclara la garganta y con su dedo índice me pide un momento, mientras yo me llevo la mano al pecho para controlar mi corazón y noto una sonrisa que promete quedarse en mi cara mucho tiempo.
Con una voz digna de Albin y sus compañeras ardillas él empieza a cantar:

You're just too good to be true.
Can't take my eyes off you.
You'd be like Heaven to touch.
I wanna hold you so much.
At long last love has arrived
And I thank God I'm alive.
You're just too good to be true.
Can't take my eyes off you.


Me cubro la boca con la mano mientras río como hace 25 años y siento como la felicidad empieza a inchar mi pecho como el helio aquellos globos.

Pardon the way that I stare.
There's nothing else to compare.
The sight of you leaves me weak.
There are no words left to speak,
But if you feel like I feel,
Please let me know that it's real.
You're just too good to be true.
Can't take my eyes off you.


Alargo mi mano y cojo un globo que me llevo a la boca y aspiro parte de su helio mientras a la improvisada serenata se unen mis vecinos divertidos y alucinados.


I love you, baby,
And if it's quite alright,
I need you, baby,
To warm a lonely night.
I love you, baby.
Trust in me when I say:
Oh, pretty baby,
Don't bring me down, I pray.
Oh, pretty baby, now that I found you, stay
And let me love you, baby.
Let me love you.


Y ahora sí, con mi voz tres diez veces más aguda me uno a aquella canción, a mi primer regalo de cumpleaños.

You're just too good to be true.
Can't take my eyes off you.
You'd be like Heaven to touch.
I wanna hold you so much.
At long last love has arrived
And I thank God I'm alive.
You're just too good to be true.
Can't take my eyes off you


Las risas y los aplausos estallan en la escalera y yo abrazo al hombre, al amigo, a los 30 globos y a toda la felicidad y el cariño que me trajo con aquella canción.

jueves, 4 de marzo de 2010

Encuentros (I)

- ¿Entonces qué? ¿desayunamos juntos?
- Es que...
-¿Qué?
- Que no tengo gafé en casa, yo suelo tomar té para desayunar.
- Bueno, no me importaría desayunarte la verdad.

Desencuentros (III)

Ella nació para una revolución que no llegó. Se equivocó de tiempo y de lugar, pero fue un gran regalo para tanta gente que perdió las fuerzas para serlo para sí misma.
Jugueteaba con su dedo por el borde de aquel vaso mientras observaba el reflejo de las luces en el Jack Daniels.
Sus pensamientos deambulaban sin rumbo fijo y sus dientes se empeñaban en comerse el labio inferior, mientas golpeaba rítmica y suavemente el suelo de madera con su tacón izquierdo.
- Hola, perdona
Ella levantó la cabeza sin mucho interés encontrándose con un hombre algo nervioso que lanzaba alguna mirada furtiva a su escote y sonreía como el gato de Alicia.
- Disculpa si te he molestado
Por toda respuesta tomó un trago de su copa y miró fíjamente a las botellas expuestas tras la barra.
- Me gustaría conocerte- insistió él
- Ahá
- Me llamo Jose
Nuevo viaje del vaso, de la barra a la boca.
- ¿Cómo te llamas?
- Lidia
- Podrías darme tu número de teléfono y así tomar algo algún día.
- Yo ya estoy tomando algo.
- Ya, pero me refería a hacerlo juntos
- ¿Y por qué iba a querer yo tomar algo contigo?
- No sé, eres una mujer bonita...
- ¿Y?
- Pues eso, que me gustaría conocerte.
- ¿Te has planteado que posiblemente a mí no me interese conocerte en absoluto?
El silencio es posible incluso en aquel bar lleno de gente y puede ser más dañino rodeado por la música y las risas.
- Lo siento... ya te dejo.
- Bien- selló la conversación con el último trago de la copa y apuró su contenido.
- Perdona si te he molestado de verdad, no pretendía...
La miarda de ella, esta vez sí, fue suficiente como para que aquel ser con pene desistiera de conseguir nada y se dirigiera hacia un nuevo objetivo.
No era el primero que se le acercaba aquella noche y todos compartían más características con los cerdos que con las personas.
Tal vez fuera momento de retirarse.