viernes, 3 de diciembre de 2010

Nochevieja

El silencio del barrio gótico se quiebra con un sonoro portazo. Tras él, sus tacones martilleando el suelo empedrado.

- A la mierda- farfulla y aprieta la mandíbula.

Aquella nochevieja no era lo que ella esperaba.

La ciudad desierta parece un decorado. Las paredes y el suelo brillan con la humedad del relente.

Su pie derecho resbala con los adoquines mojados y ve tan cerca la caída que se le van las fuerzas.

Tantea la pared y se apoya en ella con la mano derecha mientras con la izquierda se tapa la cara.

Respira profundamente para apartar de su mente lo sucedido en aquella fiesta de mierda, pero sólo consigue pensar de nuevo en ello. Las lágrimas resbalan por su cara y un grito libera su mandíbula.

Algo. Un ruido. Tal vez un golpe. Se oye al final de la estrecha calle.

Marta se seca la cara y agudiza la vista, pero allí no hay nada.

Se incorpora, estira su abrigo, retira los restos de máscara de sus ojos y continúa su camino hacia el metro.

Otro golpe.

Marta gira a la derecha y acelera el paso. El repiqueteo de sus tacones llena la noche. No se oye nada más. Aquel silencio comienza a asfixiarla.

“No será nada. Algún gato o tu imaginación” se dice.

Un ruido metálico suena tras ella. Ahora sí está convencida de haberlo escuchado. Alguien la sigue.

Empieza a correr deseando ver las luces de la calle Ferrán.

Y entonces, en el siguiente cruce de calles, un hombre le corta el paso.

Es tan estridente su grito que amortigua el sonido del matasuegras que el joven lleva en la boca.

- Joder ¡qué susto!

- ¿Susto? “Pa” susto el que me has “dao” tú. Colega qué pulmones. Que casi me trago el matasuegras.

- Eso te pasa por gilipollas- le espeta Marta mientras le aparta de su camino.

Una pequeña risa da paso a otra más holgada. “Un borracho” se dice. “Sólo era un puñetero borracho haciendo el ganso”. Respira profundamente y deja de reir.

“Pero ¿qué te esperabas Martita? Es nochevieja”

La iluminación y la amplitud de la calle Ferrán reafirman el alivio que la llena.

Pero una sensación fría en su espalda le produce un escalofrío. Se gira y tras ella sólo ve a un grupo de gente a unos 10 metros. Nadie más.

Sigue andando sin dejar de sentir ese frío.

Está segura que alguien la vigila.

El sonido de sus pasos vuelve a aumentar el ritmo. Se parapeta en su abrigo rojo y fija la vista en el suelo mojado.

El mismo ruido metálico vuelve a sonar tras ella. Su espalda se tensa.

Casi corre cuando llega a las ramblas.

Mira de soslayo tras de si al girar de nuevo a la derecha para subir a plaza Cataluña y… nada. Sólo aquél grupo que ahora queda aún más lejos de ella. O tal vez. ¡Espera! Le parece ver, no, ¡ve algo!. Algo se había movido. Está segura.

Sigue caminando con la mirada fija al frente recordando la imagen. Intentando oír los pasos o sentir la mirada de la persona que viene tras ella.

Entra en la boca de metro con la respiración acelerada y baja las escaleras apresuradamente.

Otra vez aquella fría sensación.

Tantea su bolso. Saca la cartera y de ella la tarjeta de metro. Pasa el torno. Continúa andando afinando el oído para escuchar el torno otra vez.

Pero nada.

Recorre el andén hacia el intercambiador intentando recobrar la compostura.

Si nadie ha girado el torno tras de sí, nadie la sigue. Pero ¿y si ese alguien hubiera saltado sin girarlo?

Acaba de alcanzar el pasillo del intercambiador y, en ese momento, escucha claramente unos pasos.

Gira su cabeza. Apenas veinticinco grados. Y la ve. Ve la sombra.

Marta corre. Corre como nunca lo ha hecho.

Con el corazón en la boca y los talones dándole en el trasero llega hasta las escaleras que la llevan al andén.

El metro entra en ese momento y ella se apresura a bajar los escalones.

Uno, dos, tres, seis, diez.

Su precioso zapato de doce centímetros se queda en el noveno y su pie se tuerce.

El cuerpo de Marta se precipita hacia delante y las brazadas que lanza al aire no parecen servir de ayuda.

El tiempo se frena y el suelo está cada vez más cerca.

Ella gira la cabeza justo antes de que ésta se estrelle irremediablemente contra el escalón número veintitrés. Por primera y última vez puede mirar tras de si.

Y tras de si no hay nada. Sólo su sombra, sus miedos y su zapatito carmesí en el noveno escalón.

1 comentario:

  1. Una narración impecable, un relato magnifico de esos que consiguen acelerar el ritmo de la lectura para escapar de los miedos del personaje. Felicidades

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