Tenía el pelo cortado por los hombros y negro como el carbón. Con sus ojos grandes atrapaba todos los detalles de la realidad que tenía a su alrededor y con su imaginación de 5 primaveras inventaba aquellas pinceladas que no encontraba en la manida realidad.
Era alta para su edad, una niña de redondos mofletes y luminosa sonrisa, pero había algo en las cosas que hacía que la situaban en una categoría diferente al resto.
Había aprendido gestos y modales de adulto que utilizaba en contadas ocasiones y desmenuzaba en las aventuras que vivía siempre en la soledad de su cuarto.
Por las tardes inventaba historias de esas que los adultos calificaban de inverosímiles y se las contaba a su hermano. Este la miraba tras los barrotes de la cuna con los ojos como platos hasta que el cansancio le vencía y acababa durmiéndose. En ese momento ella emulaba a la pantera rosa e intentaba salir de la habitación de puntillas y digo intentaba porque nunca lo conseguía.
Justo cuando aguantaba la respiración para cerrar la puerta escuchaba una risa infantil y luego un llanto finjido dentro de la cuna y, después de soltar el aire, se hacía la contrariada y volvía a entrar con la mente llena de cuentos.
Solía bailar siempre que escuchaba música sin importar dónde estuviera con la candidez de las convenciones no aprehendidas y la falta de normas de protocolo, aunque desde que fue un bebé el no y los reproches llenaron su vida, pero su ansia de expresar y crear era inmensa. Ella era un ser libre.
Odiaba la oscuridad y contaba hasta tres antes de apagar la luz de su habitación y recorrer el larguísimo pasillo como una exhalación hasta el salón, con los puños y los dientes apretados y los ojos medio cerrados. Pero era una entusiasta del cielo nocturno y del satélite selenita.
Aprendió a hablar antes de que salieran los dientes, a nadar casi antes de andar, a leer antes de entrar en la escuela, a bailar desde que tuvo consciencia de sus movimientos... Y después le enseñaron a callar, a no gritar, a no correr, a no decir, a no saltar, a no jugar, a no soñar, a no... y todo ello para protegerla de los riesgos de ser demasiado ella.
Poco a poco aprendió a encerrarse en sí misma y no en el armario, y sólo se sentía libre lejos de las miradas o bajo los focos.
Se acostumbró a que sus sueños no eran válidos ni secundados por aquellos que creía gigantes y cuando, unas décadas después de sus cuentos a la hora de la siesta, recuperó ese apoyo no supo como utilizarlo.
miércoles, 28 de abril de 2010
jueves, 22 de abril de 2010
VIVIR ES UN ASUNTO URGENTE
"Las personas sólo cambiamos de verdad cuando nos damos cuenta de las consecuencias de no hacerlo"
Creo que en esta entrevista hay grandes mensajes y quería compartirlos.
Creo que en esta entrevista hay grandes mensajes y quería compartirlos.
miércoles, 7 de abril de 2010
El Pintor

Siempre dibujabas con tus dedos, la silueta de la luna en la noche, palabras de un idioma inventado en el agua, ríos en el cristal de una botella, pero eras un auténtico genio dibujando mi cuerpo.
Con la yema de los dedos marcabas mi tatuaje sin a penas tocarme y definías mi columna y cada una de sus vértebras.
Te gustaba recorrer mis lunares y remarcar mi mandíbula y el óvalo de mi cara, mis cejas y la nariz que nacía entre ellas y acababa en una punta redondeada. Adorabas demarcar mis labios y no podías evitar sellar tu obra con tres besos: uno en cada comisura y el tercero en el labio inferior.
Recuerdo que mientras tú te concentrabas en tu obra de arte yo disfrutaba de aquellas caricias que me hacían más bella y liviana.
Hoy que nadie sabe pintarme repaso con mis manos mi cara y mi cuerpo, pero lo mío nunca fue el dibujo y decido escribir cuánto te echo de menos
miércoles, 31 de marzo de 2010
De cómo poner un punto y final

Veo como se mueven tus labios pero lo que dices me suena a chino, me resulta tan incomprensible como el sonido del mar aunque menos relajante, de hecho está empezando a ponerme nerviosa, y más que eso, comienza a molestarme de verdad.
No se como funciona tu cabeza pero no veo un atisbo de luz, ni una cerilla encendida, ni un ascua, solo caos y confusión.
Decido detener tu soliloquio
-¿Me estás diciendo que no quieres nada conmigo?
- Bueno, sí y no
- ¿Sí y no?
- Quiero decir...
- Déjalo. Eres la incoherencia personificada cariño y tengo cosas mejores que hacer que hacer de terapeuta.
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diálogo,
narrativa
martes, 30 de marzo de 2010
Control+ z
Tendida en el sofá con las piernas colgando mira fíjamente la pantalla de su móvil. Algunas veces un grupo de letras hieren más que un balazo y si lo que forman es EL nombre, la herida produce además un desgarro que a priori parece irreparable.
Mientras observa aquel nombre duda si borrarlo o no. Por un lado el número de teléfono tras las letras ya lo tiene en su cabeza igual que el rostro de la persona en cuestión y ciertos momentos a los que se niega a renunciar.
Por otra parte tal vez fuera menos doloroso buscar en la lista de contactos si no encontrara siempre su nombre.
Pero eliminarlo de aquel aparato haría más real la pérdida.
Por suerte para ella los accidentes a veces son positivos y está a punto de suceder uno.
Cierra los ojos y deja el móvil sobre la mesa mientras se le escapa un suspiro. El teléfono vacila al borde del mueble y cae sobre los zapatos que minutos antes habían sido olvidados.
Sobresaltada se incorpora y recoge el teléfono, pero al mirar la pantalla comprueba que aquellas letras ya no están.
Mientras observa aquel nombre duda si borrarlo o no. Por un lado el número de teléfono tras las letras ya lo tiene en su cabeza igual que el rostro de la persona en cuestión y ciertos momentos a los que se niega a renunciar.
Por otra parte tal vez fuera menos doloroso buscar en la lista de contactos si no encontrara siempre su nombre.
Pero eliminarlo de aquel aparato haría más real la pérdida.
Por suerte para ella los accidentes a veces son positivos y está a punto de suceder uno.
Cierra los ojos y deja el móvil sobre la mesa mientras se le escapa un suspiro. El teléfono vacila al borde del mueble y cae sobre los zapatos que minutos antes habían sido olvidados.
Sobresaltada se incorpora y recoge el teléfono, pero al mirar la pantalla comprueba que aquellas letras ya no están.
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jueves, 18 de marzo de 2010
Olvido

Cuando la llama de una vela se extingue queda el olor a cera adherido a cada una
de las partículas del aire que una vez estuvieron iluminadas.
A veces, este aroma es incluso más hermoso que la fulgurante luz, porque después
de todo, es lo único que realmente queda.
Algo parecido sucede con las personas.
Una vez desaparece su luz, de ellos queda un gesto, una imagen o una frase en la
memoria de aquellos que se deslizaron por sus vidas.
Yo, hoy me concentro en el perfume de las flores, tal vez en un tiempo no recuerde
su color, ni si eran lirios, rosas o siemprevivas, pero recordaré su aroma. Para ello con los
ojos cerrados intento ser consciente de todas aquellas sensaciones que recoge mi
cuerpo. Lo hago tal vez para obviar la extinción de su vela, para quedarme tan sólo con el
olor a cera sin sufrir la pérdida.
Y busco ese instante que me niego a perder, ese momento que se evoca con un “te
acuerdas cuando...”. Así, como se empiezan las conversaciones más largas y cargadas
de emociones, las que intentan recomponer tu vida, que a fin de cuentas se forma de
pequeños recuerdos que salvamos entre todos los que desterramos por salud mental,
esas conversaciones alrededor de una mesa con cervezas, cafés, infusiones, zumos o lo
que sea que utilicemos como excusa para estar con aquellas personas que compartieron
un tiempo indultado en nuestro camino. así buscaba yo una imagen en mi memoria que
expulsara al frío mármol con letras doradas que hoy representaba a un ser querido, pero
que me negaba a guardar como su último recuerdo, como su olor a cera.
Recordé una tarde de septiembre en la que el látigo del levante había dado tregua
al castigado Mediterráneo. Aquella tarde el Sol moría, como cada día, por poniente y, en
su último aliento, acariciaba nuestras espaldas con sus lágrimas de luz rojiza.
Sentada frente al mar lanzaba con curiosidad gatuna miradas a su pelo que, como
dijo Gardel, había sido plateado por las nieves del tiempo. Su rostro erosionado por la
experiencia transmitía la tranquilidad de una vida que, como la del astro, se apagaba sin
ruido.
Me gustaba observarla y, aunque sabía que rara vez se percataba de mi presencia,
procuraba pasar inadvertida para su mirada, una mirada exiliada, ausente, perdida; como
sus recuerdos. Sentía que a pesar de estar tan físicamente cerca se encontraba a miles
de kilómetros y años de distancia, desubicada en un mundo que no reconocía suyo.
Disfrutaba mirándola, acariciándole su pelo de color blanco y espeso, sus suaves manos
de anciana, guiando sus pasos y compartiendo con ella algunos atardeceres.
Llevaba escrita en la piel su vida, una vida desterrada de su mente por un intruso
con nombre difícil de deletrear: alzheimer. Me llamaba la atención verla frente al perpetuo
mar siendo su memoria caduca, pero he aprendido que la vida está plagada de paradojas.
Jugando con su pelo la suave brisa entretejía sus cabellos y acariciaba su rostro
junto con mi mirada. Por alguna razón, estar junto a ella, frente al mar me hacía sentirme
cómoda en mi piel, tranquila y reposada en mi persona, sin dudas ni miedos, tan solo con
un presente acuático y salino.
Su mirada cada vez más ausente y ajena a lo que sucedía a su alrededor refulgió
entonces viva e intensa, como la de quien rememora un agradable recuerdo. Y mi
atención se fijó en esa pequeña pero poderosa chispa que empezaba a transformar su
cara hasta convertirla en la felicidad resplandeciente de un niño la mañana de reyes.
- ¿Es tu primer novio?
Aquella pregunta me rompió el silencio que sostenía mi viaje visual por su persona
y me sobresaltó.
- ¿Cómo dices abuela?
- Que si es tu primer novio
Ciertamente no era la pregunta que esperaba de una mujer anciana con alzheimer
avanzado, en realidad no esperaba ninguna pregunta en absoluto, pero decidí contestar
ante la insistencia de sus ojos.
- No abuela, no lo es
Una silenciosa sonrisa se instaló en sus labios y dio paso a un suspiro profundo y
sentido.
- Este tampoco es el mío - me susurró al oído como se susurran los secretos más
queridos - ¡qué guapo era Rodrigo!
¿Rodrigo?. Aquél nombre ajeno a mi familia se coló como un intruso en mis oídos
para convertirse en trueno y el trueno en tormenta y la tormenta en huracán y el huracán
tan sólo ululaba siete letras: R-O-D-R-I-G-O.
- Abuela... - dudé un segundo, dos, tres, hasta que ella volvió a mirarme con
aquella luz en sus ojos marinos - ¿de quién me hablas?
- De mi primer novio, niña. ¡Qué esbelto en su caballo por la mañana!
Mi mandíbula inferior había perdido por completo toda la sujeción que pudiera
haber poseído alguna vez y se abría dejando ver mi lengua lívida y estática.
No sé cuánto tiempo permanecí parada, con los ojos abiertos e incrédulos
observando a aquella mujer y a su sonrisa frente al Mediterráneo, pero sí recuerdo que mi
cabeza se convirtió en un cajón desastre que intentaba localizar a aquél tal Rodrigo y
sacarlo de la sorpresa para convertirlo en anécdota o en comentario racional.
Al principio incluso dudé que ella supiera de quién estaba hablando, pero en el tono
que empleó había música de madrugadas a caballo, esperas de un corazón joven tras un
viejo postigo y, quién sabe, probablemente primeros besos y caricias.
Sentí entonces algo de envidia hacia aquél caballero desconocido que se resistía a
abandonar su memoria, la memoria de mi abuela, mía ahora y siempre desde que
empezó la andadura de mi vida. Sentí la rabia que crece dentro de un infante al que se le
niega una chuchería, pero estalló todo en un suspiro con forma de palabras.
- Así que Rodrigo... - dije en voz alta sin pensar.
- Fue bonito, mi niña, tan bonito... - en sus ojos una sombra y en la sombra su
enfermedad velaron al pobre Rodrigo y yo pasé de los celos a la culpa y de esta a
la curiosidad.
Hoy, con mis ojos cerrados todavía, asisto a su despedida, pero me niego a dejar
marchar su pelo cano y sus ojos chispeantes, no quiero perder su media sonrisa ni su
mueca de desconcierto.
Siento una mano en mi hombro que me invita a avanzar y abro los ojos.
El astro rey se pone, como cada día por poniente, pero hoy no acariciaba mi
espalda, hoy hiere mis ojos con su despedida colorada. Permanezco frente al atardecer
mientras aparto de mí esa mano y la invito a marcharse sin mí.
Mi cabeza ahora bulle como una olla Express y los deseos se agolpan en mis ojos
deseando borrar el rojo del cielo y volver al recuerdo de una tarde frente al mar de todos
los tiempos.
Pero tan sólo experimento la impotencia producida por la ausencia total de
movimiento y decisión.
Tal vez cuando siendo pequeña mi abuela imaginaba su boda con el almohadón en
la cabeza, tal vez cuando miraba a las estrellas, tal vez cuando soñaba despierta, no era
con esta vida, no era con nosotros, no era como resultó ser.
¿Y si hubiera vivido haciendo tan sólo las cosas que sentía? ¿y si no hubiera
aceptado los límites y juicios impuestos? ¿y si hubiera renegado de esa agria normalidad
de convenciones que nos atrapa y nos ahoga? Posiblemente todo sería distinto, pero no
lo es.
Yo estoy viva, decenas de personas han venido a despedir hoy su vida, una vida
que no escogió, pero que decidió disfrutar con los hijos que le fueron dados y más tarde
con los nietos.
Mientras mi cabeza sigue amasando pensamientos condicionales llenos de
preguntas, dolor, sorpresas y lágrimas, mi corazón se libera y se abre a ese atardecer que
se apaga frente a mi rostro.
Con la fuerza de los sentimientos, los que hasta hoy controlé dentro de unos límites
impuestos giro sobre mis talones ciento ochenta grados y le doy la espalda al sol
moribundo, a las frescas flores y a todas aquellas sombras humanas que guardan luto por
una vida que no fue como imaginó ser.
Mientras mis piernas se mueven entre los cipreses enhiestos en un rincón de mi
mente eclosiona una duda, una pregunta que se convierte casi en afirmación: ¿Y si
después de todo, la única defensa fuera el olvido?
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pensamientos
miércoles, 17 de marzo de 2010
Hay algo en ella...

No es sólo una gran obra de urbanismo, ni rincones que te arrancan un suspiro. Tampoco tienen nada que ver todos aquellos monumentos y tiendecitas y restaurantes que sólo puedes encontrar aquí. Ni siquiera la historia que impregnó las piedras de sus edificios.
Son las experiencias que te encuentras a la vuelta de cada esquina, las sensaciones que te llueven aunque desaparezcan las nubes de su cielo, cada minuto que caminas y respiras en ella lo que te enamora de Barcelona
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