martes, 14 de septiembre de 2010

El mensaje

Sigo repitiéndome que este trabajo de mierda es sólo para pagar mi alquiler, que no estaré toda la vida limpiando mesas y siendo diana de las angustias del ciudadano medio adicto a la cafeína. Pero cada vez me resulta más difícil ver la posibilidad de algún cambio en mi vida en un futuro lejano, cercano o probable.
Voy hacia la mesa 7, zona de fumadores. Detesto el olor del tabaco y este tío fumaba negro.
Resoplo y empiezo a hacer una bola con el mantel de papel.
Algo llama mi atención, algo que en un primer momento parecen garabatos y después se me antojan jeroglíficos.
Miro a mi alrededor como si estuviera a punto de cometer un delito antes de arrancar la parte escrita y meterla en el bolsillo del delantal. Tiro el resto del mantel a la basura y me escabullo al almacén donde despliego mi adquisición.
Definitivamente son palabras escritas con una letra lamentable, pero palabras con significado al fin y al cabo.
Mi vista las recorre con avidez hasta que las descifra y luego, más lentamente, releo aquél mensaje que vomitó el tipo de los ducados.
"Ya no tengo tu vientre para derramarme y mis hijos, aquellos que no nacieron ni nacerán, se niegan a resbalar sobre otra piel. No sé morir entre otras piernas ni resucitar amarrado a un cuello que no sea el tuyo.
Sólo deseo sentir aquel íntimo abrazo de tus piernas y mi cintura, comprobar la elasticidad del deseo en tu cama y verte bucear en aquellos ojos que describiste acuáticos: los míos.
Si tan sólo..."

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