martes, 4 de mayo de 2010

Ante la habilidad de pedir está la virtud de no dar

Estoy orgullosa de ser llorona, aunque sólo sea en la intimidad de mi habitación a oscuras, y de alcanzar altas cotas de lágrimas, nivel que tú no llegaste a conseguir pues al primer murmullo ya tenías besos y carantoñas y todo aquello que tu mente infantil deseaba.

Ahora casi treinta años después sigues haciendo pucheros exigiendo lo que tu personalidad infantiloide anhela, pero no todo el mundo está dispuesto a cubrir esas necesidades pueriles de atención y protagonismo. Y sólo sabes reaccionar a un NO, lógico y comprensible para cualquier adulto, con una pataleta.

Ya no eres dulce, más bien agotador, pero sigues actuando como aquel niño de papà y mamà que se meaba en la cama y hacia cucamonas, cualquier estupidez con tal de ser mirado.

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