martes, 25 de mayo de 2010

El humo pasado

Con su eterno cigarro en la comisura y aquellas viejas gafas que se negaba a jubilar a mitad de camino de su nariz, se concentraba en el mecanismo del reloj. Preciso pero con muchos años de servicio sobre sus engranajes.
Aguanta ahora la respiración mientras coloca la última rueda dentada y la ceniza de su cigarrillo se precipita sobre la manga de su camisa esparciéndose en su antebrazo como una gota de agua y provocando un frunce en su ceño.
Deja las pinzas junto al reloj y observa su obra.
Sacude el polvo gris de su brazo con la mano izquierda para después alzar la derecha hasta el cigarrillo y dar una calada profunda que atiza el fuego que dormitaba en el tabaco.
Arrastra la pesada silla de madera y se levanta con dificultad con las piernas entumecidas.
Fuera atardecía.
¿Cuánto tiempo llevaba entre las piezas del reloj de pulsera? Ha perdido completamente la noción del tiempo y este día se le ha escapado entre las ruedas dentadas y unas cuantas colillas.
Se acerca a la ventana golpeando el suelo en cada paso para despertar a los músculos de sus extremidades inferiores y la abre de par en par.
- ¿Cuántos más?- pregunta en voz alta. "¿Cuántos menos?" escucha en su cabeza mientras mira el ocaso con la mandíbula en tensión y los recuerdos apelotonándose en su lagrimal. Reacciona con un golpe en el alféizar que lastima su mano, pero la mantiene firme en la madera sin darle importancia al dolor que le quema la palma y la muñeca.
Con la otra urga en su bolsillo y saca la maltrecha cajetilla de celtas. La abre frente a su boca, aprisiona el último cigarro con los labios y le da muerte al envase apresándolo en su puño.
Palpa ahora su cuerpo en un autocacheo nervioso por la urgencia de encontrar el encendedor y, cuando al fin lo encuentra en el bolsillo trasero de su pantalón, suspira levemente mientras lo aproxima al tabaco.
Gira la piedra una, dos y hasta cinco veces, pero no consigue más que una impotente chispa que no llega a producir llama. Con toda la fuerza de su rabia lanza el mechero y observa resoplando, aún con el cigarillo colgando de su boca, cómo se pierde entre los ábroles.
- ¡A la mierda!- grita y reduce el último cigarro a virutas que después de la ira observa con añoranza de lo que una vez fueron y con la certeza de que hoy, en este ahora se encuentra solo en el ocaso con un reloj que marcará con precisión carente de toda empatía los próximos segundos de su rancia existencia.

(¿continuará?)

Por Sara Fernández García

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