lunes, 21 de mayo de 2012
El tamaño ¿importa? (micro relatos)
-¿Por qué llevas esa piedra en el bolsillo?
- Porque me cansé de tropezar con ella
2.
Repaso con mis manos mi cara, mi cuerpo, pero lo mío nunca fue el dibujo y decido escribir cuánto te echo de menos
3.
-Tu problema es que tienes lo que necesitas no lo que quieres
-Y el tuyo es que quieres tenerme y yo no te lo permito
4.
No encontró palabras para agradecerle lo que había hecho, pero no era un problema porque sí tenía tiempo
5.
Y cuando desmontó la lavadora lo descubrió agazapado en el tambor
-¡Ahá! Así que eres tú el que se come mis calcetines.
6.
-¿Cómo se declara?
La mariposa no supo que decir, batió sus alas, provocó un nuevo huracán y el pelotón disparó
7
-¿Alguna vez quisiste vivir para siempre?
- Una, pero no cuenta, estaba enamorado
8.
Érase una vez una niña saltarina que se convirtió en mujer cuando aprendió que siempre volvía a caer al suelo.
9.
Érase una vez un sueño que sobrevivió al despertar
10.
Anoche soñé que mi saxofón tenor desaparecía dejándome una nota: "Me cansé de esperar tus dedos".
Eso fue anoche, hoy he vuelto a tocar.
11.
Era un hombre de su tiempo, plénamente tecnológico, nunca estaba fuera de cobertura, hasta que SE QUEDÓ SIN BATERÍA
miércoles, 18 de enero de 2012
Grito
"Mantén la vista al suelo.- se decía a sí misma- Uno, dos, tres. Aguanta esa presión y sube la mirada. Cuatro, cinco, seis. Siente la rabia, la impotencia y la ira inundarte. Fíjate en esa chica que te mira aterrada. Mantenlo sólo un poco más, sólo un poco más y ¡ahora!"
Su grito rompió el aire. Quedó rebotando durante unos segundos eternos, incluso después de la oscuridad. Le siguió un silencio de respiraciones mantenidas que significaban un rotundo éxito y cayó el telón con la explosión de aplausos.
martes, 17 de mayo de 2011
Entre la realidad y el sueño
Y digo normalmente, porque si en mi protesta felina encuentro el calor de otro cuerpo que me arrulle me amanso con rapidez.
Pero estaba convencida de que aquel cuerpo y todo lo sucedido antes de la llegada del sueño no fue más que una fantasía. De ahí mi sobre salto, de ahí tu sonrisa y tu voz susurrando:"tranquila, yo también me quedé dormido".
Siempre acelerando antes del abismo. Todo es importante, esencial. Todo, excepto tus sueños. Esos no existen ni verán la luz de la realidad, esa luz mortecina que, pese a su languidez, prepotente nos ciega.
Siente tus pasos como martillazos, sácale hasta la última gota de provecho al tiempo y sigue ignorando que es a ti a quien exprimes y retuerces.
Continúa deprisa por esto que llaman vida hasta que vomites aquello que un día creíste posible y que ahora quedó en un mal chiste.
Permanece en la inercia de este movimiento que ya olvidaste cuándo y para qué comenzó. Prosigue (o no).
Porque después de todo no eres una de esas errantes que mantienen su órbita, ni un caballito anclado en el tiovivo de alguna plaza de pueblo, ni una pulga amaestrada incapaz de aceptar el riesgo de saltar más alto y comprobar si sigue ahí la pared de cristal. Al final, seguir, pararte o girar depende únicamente de ti
miércoles, 23 de febrero de 2011
El príncipe indeciso
Érase una vez, en un reino nada lejano, una princesa llamada Malena que estaba tremendamente enamorada de un príncipe.
Ambos pasaban juntos todas las puestas de sol en el jardín de palacio.
Ella le hablaba de libros, él colores y números.
Un día la princesa Malena le preguntó al príncipe Serafín si estaba enamorado de ella y si quería ser su compañero.
Él la miró y sólo dijo: "no sé"
La princesa le contestó: "márchate y vuelve sólo cuando sepas la respuesta"
El príncipe se marchó a su palacio y se sentó junto a la ventana.
Pensó y pensó durante días en la pregunta de la princesa Malena.
Una mañana no especialmente soleada, fría, ni hermosa, Serafín encontró la respuesta. Se levantó con dificultad y salió por la puerta en dirección al palacio de Malena.
Al llegar al portón golpeó tres veces la aldaba.
Muy despacito se abrió la gran entrada al palacio y apareció una preciosa niña de cuatro años. La pequeña miró con curiosidad al príncipe Serafín.
"Buenos días" dijo el príncipe
"Buenos días" contestó la niña ladeando "¿Qué quieres?" preguntó
"Yo, esto, yo" las dudas volvían a Serafín pero consiguió decir:"Busco a Malena"
La pequeña observó al príncipe, se encogió de hombros antes de girarse y gritó: " Abuelita aquí hay un anciando que pregunta por ti"
miércoles, 16 de febrero de 2011
Triunfar o no.
Después de la escuela primaria, la secundaria y luego bachillerato. ¿Y luego?
Luego llega la inevitable pregunta ¿ahora qué?. Pues ahora es cuando decides qué quieres ser de mayor. Y sobre todo decides si eso que quieres ser de mayor tiene salidas. ¿Salidas de emergencia?
Entonces piensas que cuando medías un metro menos siempre hablabas de ser bailarina, marinera, granjera, arqueóloga, actriz, maga o vete a saber qué. Y ahora nada de eso es una opción porque según los adultos, que saben de estas cosas, no tiene salidas.
Y es que tus padres y las personas que de verdad te quieren desean que seas feliz. Para ello creen que es imprescindible triunfar y tal vez estén en lo cierto pero ¿qué significa realmente triunfar?
Pongamos por ejemplo que yo estudiara (qué sé yo) Filología. Bueno, triunfar sería acabar la carrera y luego el máster (de educación que no del universo) y sacar una plaza de docente en las oposiciones, que con ese nombre ya tiene mérito lo de planteárselo. O seguir con el doctorado y hacer investigaciones lingüísticas. O dedicarte a traducir textos, trabajar en una editorial como editora o correctora de estilo, etc.
¿Qué pasa si yo quiero ser ilusionista? Pues primero pasa que todas las personas que se consideran en su sano juicio intentarán disuadirme durante un tiempo. Tiempo en el cual se darán cuenta de que es el ilusionismo, en este hipotético caso, lo que realmente me hace feliz. Después te encontrarás con que, a pesar de horas y cantidades importantes de dinero e ingenio (para suplir la falta de lo anterior) invertidas en tu sueño, la valoración por parte de quienes contratan tus servicios será nula o muy escasa.
Y lo más duro. ¿Qué significa triunfar en el mundo de las artes y, en concreto, en la magia? Pues ser como el Copperfield o el Tamariz. Ser mediática, conocidísima y, ya que estamos, millonaria.
Lo mismo sucede si lo que te apasiona es escribir. No basta con publicar, es importante atesorar cientos de miles de premios y tener alguno de esos conocidos hasta los ciudadanos que no han leído nunca un libro.
¿No os resulta injusto y hasta esperpéntico? Sería como decirle a una estudiante de filología que no triunfará hasta pertenecer a la Real Academia, a un biólogo que encuentre la cura al cáncer, a una matemática que descubra la función o algoritmo que permita explicar el amor, etc.
Tal vez por esta razón cuando, hace unos años, mi sobrina me dijo que no sabía qué sería de mayor yo le contesté: "no importa qué seas de mayor mientras seas feliz y te guste tu vida". Ahora cada vez que le hacen la típica y nada inocente pregunta de "¿qué quieres ser de mayor?" ella responde "FELIZ"
viernes, 3 de diciembre de 2010
Nochevieja
El silencio del barrio gótico se quiebra con un sonoro portazo. Tras él, sus tacones martilleando el suelo empedrado.
- A la mierda- farfulla y aprieta la mandíbula.
Aquella nochevieja no era lo que ella esperaba.
La ciudad desierta parece un decorado. Las paredes y el suelo brillan con la humedad del relente.
Su pie derecho resbala con los adoquines mojados y ve tan cerca la caída que se le van las fuerzas.
Tantea la pared y se apoya en ella con la mano derecha mientras con la izquierda se tapa la cara.
Respira profundamente para apartar de su mente lo sucedido en aquella fiesta de mierda, pero sólo consigue pensar de nuevo en ello. Las lágrimas resbalan por su cara y un grito libera su mandíbula.
Algo. Un ruido. Tal vez un golpe. Se oye al final de la estrecha calle.
Marta se seca la cara y agudiza la vista, pero allí no hay nada.
Se incorpora, estira su abrigo, retira los restos de máscara de sus ojos y continúa su camino hacia el metro.
Otro golpe.
Marta gira a la derecha y acelera el paso. El repiqueteo de sus tacones llena la noche. No se oye nada más. Aquel silencio comienza a asfixiarla.
“No será nada. Algún gato o tu imaginación” se dice.
Un ruido metálico suena tras ella. Ahora sí está convencida de haberlo escuchado. Alguien la sigue.
Empieza a correr deseando ver las luces de la calle Ferrán.
Y entonces, en el siguiente cruce de calles, un hombre le corta el paso.
Es tan estridente su grito que amortigua el sonido del matasuegras que el joven lleva en la boca.
- Joder ¡qué susto!
- ¿Susto? “Pa” susto el que me has “dao” tú. Colega qué pulmones. Que casi me trago el matasuegras.
- Eso te pasa por gilipollas- le espeta Marta mientras le aparta de su camino.
Una pequeña risa da paso a otra más holgada. “Un borracho” se dice. “Sólo era un puñetero borracho haciendo el ganso”. Respira profundamente y deja de reir.
“Pero ¿qué te esperabas Martita? Es nochevieja”
La iluminación y la amplitud de la calle Ferrán reafirman el alivio que la llena.
Pero una sensación fría en su espalda le produce un escalofrío. Se gira y tras ella sólo ve a un grupo de gente a unos 10 metros. Nadie más.
Sigue andando sin dejar de sentir ese frío.
Está segura que alguien la vigila.
El sonido de sus pasos vuelve a aumentar el ritmo. Se parapeta en su abrigo rojo y fija la vista en el suelo mojado.
El mismo ruido metálico vuelve a sonar tras ella. Su espalda se tensa.
Casi corre cuando llega a las ramblas.
Mira de soslayo tras de si al girar de nuevo a la derecha para subir a plaza Cataluña y… nada. Sólo aquél grupo que ahora queda aún más lejos de ella. O tal vez. ¡Espera! Le parece ver, no, ¡ve algo!. Algo se había movido. Está segura.
Sigue caminando con la mirada fija al frente recordando la imagen. Intentando oír los pasos o sentir la mirada de la persona que viene tras ella.
Entra en la boca de metro con la respiración acelerada y baja las escaleras apresuradamente.
Otra vez aquella fría sensación.
Tantea su bolso. Saca la cartera y de ella la tarjeta de metro. Pasa el torno. Continúa andando afinando el oído para escuchar el torno otra vez.
Pero nada.
Recorre el andén hacia el intercambiador intentando recobrar la compostura.
Si nadie ha girado el torno tras de sí, nadie la sigue. Pero ¿y si ese alguien hubiera saltado sin girarlo?
Acaba de alcanzar el pasillo del intercambiador y, en ese momento, escucha claramente unos pasos.
Gira su cabeza. Apenas veinticinco grados. Y la ve. Ve la sombra.
Marta corre. Corre como nunca lo ha hecho.
Con el corazón en la boca y los talones dándole en el trasero llega hasta las escaleras que la llevan al andén.
El metro entra en ese momento y ella se apresura a bajar los escalones.
Uno, dos, tres, seis, diez.
Su precioso zapato de doce centímetros se queda en el noveno y su pie se tuerce.
El cuerpo de Marta se precipita hacia delante y las brazadas que lanza al aire no parecen servir de ayuda.
El tiempo se frena y el suelo está cada vez más cerca.
Ella gira la cabeza justo antes de que ésta se estrelle irremediablemente contra el escalón número veintitrés. Por primera y última vez puede mirar tras de si.
Y tras de si no hay nada. Sólo su sombra, sus miedos y su zapatito carmesí en el noveno escalón.