viernes, 29 de enero de 2010

Desengaño



Es definitivo, esta noche acabaré con dolor de cuello de tanto lanzar miradas a la puerta.
¿Qué hora es? ¡Las 4 de la mañana!
Uff, ¿es que va a permitir que llegue el sol antes que él?
Vuelvo a notar ese cosquilleo que me recorre el cuerpo, no son mariposas, son plumas de recuerdos que me acarician las venas y estallan en mil cristalitos cuando mi corazón bombea. Para apaciguarme tanteo mi cuello en busca de la cruz de madera que desde anoche no encuentro, pero lo cierto es que no me importa demasiado, aún tengo su sabor en mi boca.
Anoche... digamos que anoche fue una de esas noches en la que vuelves a creer en la fusión fría. Pese al gélido Diciembre y al furioso mar, dos cuerpos desnudos (el suyo y el mío) son capaces, no sólo de sobrevivir, sino de sudar toda la pasión a la intemperie.
Acaricio la parte baja de mi costado para calmar el leve dolor de una herida de aquella guerra de besos y sonrío.
Quedó claro que lo nuestro no es hacer contorsionismo en un coche, aunque nos defendimos bastante bien.
Vuelvo a mirar hacia la puerta y, ahora sí, mis pantalones intentan contener los fuegos artificiales que haceleran mi pulso.
Le veo. Zig-zagueo entre la masa de cuerpos convulsos por una música que ya no escucho y me precipito hacia él... hacia él y hacia una niña mona que lleva colgada en el brazo.
Pausa... la escena queda congelada en mi mirada de incomprensión.
-¡Hola!, soy Rosa, la novia de Luís.
La sonrisa del nuevo abalorio que luce aquel que fue mi amante la noche anterior me deja aún más helada.
- Mmmm, hola... yo soy Sara (¿la amante de tu novio?)
-¿Sara?- asiento con la cabeza y descubro en el cuello blanquecino de aquel proyecto de Barbie ¡mi amuleto!, ¡mi cruz de madera!- ¡Sara! - se avalanza sobre mí y me aprisiona con sus esqueléticos brazos y su denso perfume- ¡Ay! no te imaginas las ganas que tenía de conocerte, me han hablado tanto de ti...
¿Indefensa? tal vez confusa, pero tengo aún uñas, dientes y mi arma preferida: las palabras
- Ah, bueno, lo cierto es que yo nunca había oído hablar de ti.
Me acerco a lo único que tenemos en común, un cobarde, listo como todos los cobardes, enmascarado por todas sus mentiras, y sólo alcanzo a decirle:
- Suerte que olvidé mi cruz y no mis bragas.

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