miércoles, 27 de enero de 2010

¿Qué cabe en un beso?





-¿Y bien?
El silencio se había introducido en aquella cama sin su permiso y parecía burlarse del despropósito de una pregunta para la que él era la única respuesta.
Joan intentaba no parpadear, no perderla de vista ni un segundo, no apartar la mirada, porque estaba convencido de que cada gesto suyo sería interpretado por su compañera de la peor forma posible. A duras penas se atrevía a respirar.
El pulso de Silvia repercutía en el brazo que el gustosamente había cedido momentos antes de la ira, instantes después del placer.
Era tan agradable sentirla, cálida, viva y a la vez tan agobiante aquel pulso de miradas.
-¿No piensas decir nada?
"¿Qué quieres que diga?" se le pasó a Joan por la cabeza, pero afortunadamente no por la garganta, sabía que esa no era una buena respuesta, ni siquiera era una respuesta, tan sólo una pregunta que aceleraría más el pulso de Silvia y dispararía su rabia hasta cotas que no pensaba comprobar.
Pero la mandíbula de ella no aguantaba más presión, ni su lagrimal más indignación y ella, ella no lloraba, no podía, no quería permitirse a si misma llorar, no por un hombre, aunque sintiera tanto como sentía por aquel ser que se había colado en su vida y en su cama sin avisar. Y al notar la primera lágrima intentar vislumbrar el exterior de sus párpados su puño dio el primer golpe de varios al pecho masculino de Joan.
Él tan sólo aguantó el primer redoble de puñetazos y después... aprisionó toda la rabia, toda la ira, toda la culpa, todo el deseo en un abrazo y lo selló con un beso en el que cupieron todas las disculpas, todos los te quieros y todas las lágrimas silenciosas que ninguno de los dos confesaría haber derramado.

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